"El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor."
Confucio.
No es extraño que, como consecuencia de nuestra naturaleza humana, cometamos errores. Algunos leves, otros, no tanto. Algunos que sólo nos incomodan a nosotros mismo y otros que incluso pueden costarle la vida a otras personas.
Descubrir que he cometido un error no es fácil para mí, porque me obliga a reconocer que estoy lejos de ser perfecta y hacer todo bien; mi ego se ve golpeado y estrujado por ese imprevisto reconocimiento de mi imperfección. Es doloroso, triste y decepcionante descubrir que se ha errado.
Pero ¿qué gano con lamentarme eternamente por un error que cometí?
No gano nada.
Sólo pierdo, porque me hundo en la oscuridad de reprocharme constantemente el error y pierdo la visibilidad de sus consecuencias. Lo mejor es respirar profundamente, aceptar que cometí un error y buscar prontamente la mejor solución a las consecuencias ocasionadas por ese error.
Es bastante posible que el error por sí mismo, en su esencia, nunca pueda ser corregido, pero al menos algunos de los efectos que ocasionó, pueden ser revertidos y puedo asegurarme de no volver a cometer el mismo error.
Esto es lo que puedo hacer sobre los errores que yo cometo, pero ¿cómo asumir los errores que cometen los demás?
Es frustrante ver como otras personas a nuestro alrededor comenten errores y no tienen ni la madurez ni la inteligencia para reconocer que han fallado y más grave aún, no se dan por enteradas de las consecuencias de sus errores y se limitan a culpar a otros.
Frente a estos personajes, sólo queda tener paciencia, pero no me faltan las ganas de darles una buena sacudida y decirles:
"¡Ey, despierta! Cometiste un error.. Sí, tú... Tan perfecto que eres y aún así te equivocaste. Por favor, corrige lo que ocasionaste con tu error"
Tristemente, el cometer errores es una de las formas de aprendizaje más efectivas. Al menos a mí, se me fijan bastante bien en la memoria los errores que he cometido.
